Por qué deberíamos llamarnos “Teamkitchen”: del laboratorio a la cocina

Las reuniones de nuestro Consejo Asesor de TEAMLABS/ siempre nos sorprenden. Pasar unas horas de diálogo con Ana María Llopis, Antonio Rodríguez de las Heras y Antonio Lafuente es un verdadero placer intelectual y humano. Además siempre surgen ideas y puntos de vista que nos sacan de nuestra zona de confort y nos fuerzan a retarnos a nosotros mismos.

Hace ya unos meses Antonio Lafuente, investigador del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC y coordinador de Laboratorio del Procomún en Medialab-Prado, provocó uno de esos momentos que nos llevan a revisar nuestra filosofía y relato. Nos denominamos laboratorio de equipos y llevamos el concepto de laboratorio dentro de nosotros … pero en un momento dado Antonio lanza una crítica a ese concepto y reivindica la necesidad de que seamos una “cocina”. Sus argumentos fueron claros y nos hizo comprender que en realidad llamarse “lab” había sido un error. Lo que nosotros hacemos se define de forma más correcta por “kitchen” / “cocina”.

La ventaja de Antonio es que sus reflexiones no finalizan en una conversación, sino que ese diálogo es un motor que le lleva a profundizar y escribir. Y así al poco tiempo publicó en Yorokobu su defensa de La cocina frente al laboratorio.

Os recomendamos una lectura pausada del artículo completo para entender las razones por las que la cocina es el verdadero lugar de la cultura experimental, la que nosotros queremos llevar a la innovación y el emprendimiento, y de una nueva, y vieja, forma de construir cultura cívica desde la colaboración, la hospitalidad y la inclusividad. Pero os dejamos aquí algunos fragmentos que nos parecen especialmente relevantes para entender nuestra “teamkitchen”.

Nuestra comunidad es abierta, invitamos y provocamos que nuestras teamcompanies se abran al mundo, desde el barrio más cercano hasta los países y culturas más alejados. El lab como espacio cerrado donde se “replica” el mundo no es nuestro modelo.

¿Cómo se autoperciben los beatos del lab? La cháchara que parlotean es la de la cultura experimental, una especie de nueva tierra prometida. Lo experimental parecería ser, como ya lo fue lo abierto y más recientemente lo transparente, el nuevo imperativo que modula nuestros imaginarios políticos.

Innovar, descubrir o experimentar, tomadas como acciones que suceden al margen de la sociedad que las alberga, no dejan de ser prácticas misteriosas (por inaccesibles y cerradas), cuyos actores no siempre está claro para quién trabajan ni al servicio de que propósitos.

La cocina es el lugar donde te reúnes con otros y, echando mano de lo que tienes accesible (tecnologías, ingredientes, conocimientos), cocinas el mejor plato posible. Es experimentación en estado puro y, al final, nos comemos lo que cocinamos. No es simulación, no hay atajos, todo está al servicio de la experiencia … tanto la de cocinar como la de comer. No puede existir mejor definición del prototipado continuo en que basamos el desarrollo de proyectos.

La cultura experimental, sin embargo, no cabe en el laboratorio. Lo desborda. Por  eso la emergencia de nuevos espacios de sociabilidad menos severos, donde el rigor no espante la vida.  De todos esos espacios, ninguno es más antiguo que la cocina. Ninguno tampoco más frustrante, si queremos verlo, como la antigua fábrica de cautivas y la nueva factoría de feminidades. La cocina tiene muchas identidades: dispositivo de alimentar, corazón del hogar, prisión doméstica, espacio de sociabilidad y, desde luego,  laboratorio casero. La kitchen es un espacio plagado de máquinas y artefactos altamente tecnológicos. También es un espacio para hacer pruebas, innovar procedimientos, contrastar recetas y, en consecuencia, puede ser visto como un lugar donde desplegar modos de sociabilidad experimental y abierta. También es un espacio donde se despliegan formas particulares de vida en común que, en términos generales, habría que describir como menos discursivas que prácticas y más compartidas que reservadas. La cocina es un lugar de encuentro informal, esporádico y hospitalario. La cocina es el espacio amateur por antonomasia y, sin duda, un complemento del imprescindible  garaje, ese donde nació el rock y brotó la cultura del Silicon Valley.

La cocina es un espacio hacker donde todo está al servicio del usuario y ningún diseño parece lo bastante inflexible como para no adaptarse a las demandas emergentes.

Para nosotros el proceso si importa e importa sobre todo que favorezca el que cada uno pueda desarrollar sus capacidades y encontrarse bien en compañía de otros. Compartir como una forma de construcción de conocimiento que saca lo mejor de nosotros mismos pero a la vez nos hace aún mejores.

La kitchen es el espacio donde intentar hacer cosas que favorezcan una vida compartida. Nadie en la cocina intenta asegurarse de que tiene razón o de que sus argumentos son incontestables, sino que más bien trata de experimentar con las posibilidades de una convivencia armoniosa.

Cuando todo funciona en una cocina, los comensales están menos preocupados por la replicabilidad de las recetas que por la cordialidad de las atmósferas.

Una deriva que nos invita a cuestionar la figura del líder, la cultura del impacto, la función autorial y el culto a los hechos. Cocinar problemas seguirá siendo una práctica experimental, colaborativa, mediada, finalista y pública, pero además debiera ser hospitalaria, transparente y abierta (en beta), más atenta al paladar de los comensales que al halago de los pares, más conectada con los recursos vecinales que con las metafísicas globales, tan sensible a los saberes profanos como a las recetas expertas y, por fin, comprometida con un lema fácil de recordar: hacer (el) bien.

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