Hace unos días me reuní con Eusebio Bañuelos, un artista visual mexicano que trabaja con el colectivo Nerivela en DF en proyectos en que colectivos de artistas actúan de facilitadores y mediadores de proyectos cívicos desarrollados por vecinos de barriadas. Los procesos y prácticas de estos proyectos pretenden entender la ciudad y a sus pobladores a la vez que intervienen sobre el espacio público y sus capas física y emocional.
Mientras lo escuchaba muchos de los conceptos me resonaban a las herramientas de innovación que se usan habitual bajo categorías como innovación centrada en las personas o design thinking. Pero en esta conversación la terminología era otra y la fuerza y emoción con la que abordan los proyectos se revelaba mayor. Derivas críticas, prácticas situacionistas, estética relacional, performance … son herramientras, aproximaciones, conceptos, marcos que tienen equivalentes dentro del mundo de la innovación. Pero, quizás, en mi opinión, un enfoque artístico pudiese aportarle más profundidad y significado a los procesos y resultados. De hecho existen experiencias Conexiones Improbables que nos demuestran el valor de las prácticas artísticas en un entorno empresarial.
Sin entrar en el largo debate sobre las diferencias entre diseño y arte, las prácticas artísticas tienen mayor dificultad de aplicación y es posiblemente una razón para la popularización de los procesos de investigación y acción basados en el diseño y su deriva (y degeneración) al «tallerismo«.
¿Por qué no poner, de nuevo, en conexión ambos mundos? así podremos recuperar la potencia y profundidad del arte mientras tratamos de conservar la orientación a resultados y generación de valor del diseño. Este post tiene el objetivo de especular sobre un posible experimento donde, sin a priorismos, design thinkers y artistas debatan sobre sus prácticas y traten de negociar un lenguaje y caja de herramientas común. En este proceso, y en la fricción continua que generará, puede emerger conocimiento relevante.