Las nuevas realidades territoriales (las ciudades como redes, la integración de lo natural y lo artificial en un territorio único y espacialmente complejo, los ecosistemas como infraestructuras ambientales) y las oportunidades del acceso abierto a los datos públicos (como base para el empoderamiento ciudadano y para el desarrollo económico) son dos de mis preocupaciones que aparecen recurrentemente en este blog. Sobre lo que rara vez he tratado es sobre la conexión entre ambas cuestiones, que es en mi opinión mucho más importante de lo que pudiera parecer.

El incremento continuo de complejidad espacial y organizativa que genera la evolución territorial solo puede ser manejado de un modo eficiente si las instituciones públicas modifican radicalmente su estrategia y pasan de comportarse, de un modo un tanto paternalista, como tomadores de decisiones a convertirse en proveedores de información y herramientas para que organizaciones, empresas y ciudadanos puedan tomar sus propias decisiones.

En ADN.es | Ciudades enredadas, he publicado en dos partes un texto donde analizo esta idea: Nuevas realidades territoriales y datos públicos (1) y (2). Este es el texo ligeramente editado.

A pesar de que diversas evidencias apuntan a que la vida urbana es el modelo más sostenible, además de sus ventajas económicas, muchos entornos urbanos se están transformando de una forma rápida hacia modelos difusos basados en la ocupación extensiva del espacio. Paradójicamente, la política no está dando respuesta a esta cuestión, sea entendida como problema o como oportunidad. En España, como ya explicaba al analizar el caso de Galicia, la dinámica socioeconómica sucede a escalas que superan a las realidades políticas y administrativas. La realidad discurre a una escala metropolitana mientras la política sigue tratando de gobernar dentro de límites municipales. Las políticas locales suelen buscar más la competencia, cuando no el conflicto, entre municipios “fronterizos”, cuando ciudadanos y empresas necesitarían colaboración que les facilitase su actividades cotidianas.

Pero incluso, esta escala metropolitana puede estar siendo superada por la realidad. Tal como plantea Fabien Girardin, en su crónica de una conferencia de Manuel Castells sobre las implicaciones de las redes en la planificación urbana, el futuro urbano estará dominado por lo que se ha venido identificando como megaciudades. Pero éstas se estructuran en realidad como metropolis policéntricas (término acuñado en el libro Polycentric Metropolis por sus editores Peter Hall y Kathryn Pain), constituidas por clusters de pequeñas y grandes ciudades que, aunque se encuentren separadas físicamente, forman redes con una compleja división espacial de la actividad económica y el trabajo. Estas nuevas realidades urbanas carecen de instituciones políticas y administrativas y hasta de nombres más allá de las denominaciones que emplean los medios de comunicación; así nos encontramos con la Bay Area en San Francisco o la incipiente metrópolis Madrid-Zaragoza que aún no es reconocida como tal. El caso de Zaragoza es sumamente interesante dado que representa una tendencia que podremos reconocer en un futuro próximo en otras muchas pequeñas y medianas ciudades del centro de la Península Ibérica (situadas fuera del área de influencia “oficial” del área metropolitana madrileña). En opinión de Castells, Zaragoza se está integrando con Madrid y Barcelona pero, dado que esta última hace menos esfuerzos por la interconexión, posiblemente Zaragoza acabe por ser ”absorbida” como un nodo de esa nueva realidad urbana centrada en Madrid.

¿Cómo gobernar estas nuevas realidades territoriales (representadas por las áreas metropolitanas y las metrópolis policéntricas?, ¿como hacer posible la eficiencia económica y la sostenibilidad social y ambiental como estos modelos extensivos en el espacio? Como comentábamos más arriba las jurisdicciones políticas son cada vez más artificiales y tienen en la mayor parte de los casos escasa relación con la dinámica socioeconómica de los territorios. Pero al tiempo parece que son únicamente estas instituciones las únicas que pueden (y deberían) pensar y actuar a la escala territorial y proporcionar información para la toma de decisiones. Las políticas públicas han pasado casi siempre por generar información propia para “sus” tomas de decisiones. Así, hasta el momento las empresas (y también los ciudadanos) carecían de datos y herramientas para tomar “decisiones territoriales” (aquellas que involucran un conocimiento de su entorno). Tomemos algunos ejemplos: donde localizar una oficina (en función de la localización de clientes o proveedores o del domicilio de sus trabajadores o asociados) o donde vivir en función de la distancia al trabajo, a los colegios de los hijos o a los lugares de ocio preferidos.

Crear nuevas instituciones adaptadas a la realidad territorial no parece un camino sencillo ni rápido. Por otra parte, es discutible que estas nuevas instituciones pudiesen gobernar un sistema cada vez más complejo e interconectado que no cuenta con límites definidos. Alternativamente, el nuevo papel de las instituciones podría pasar por la provisión de información pra la toma de decisiones, una alternativa más eficiente y mucho más sencilla (y por tanto viable). Solo la administración pública (al menos por el momento) cuenta con el acceso a los recursos necesarios para proporcionar una imagen coherente y completa del funcionamiento de los territorios. Pero que cuenten con el acceso no significa necesariamente, ni mucho menos, que estén cumpliendo con ese papel. Se necesitan dos cambios radicales:

  1. tecnología: integrar fuentes de información dispersas en herramientas integradas, y
  2. política: entender que su papel es empoderar a las empresas y ciudadanos y no necesariamente tomar decisiones por ellos.

Solo si las instituciones públicas proporcionan información territorial para las tomas de decisiones de empresas y ciudadanos será viable en el corto plazo que se pueda combinar la sostenibilidad de las ciudades compactas con los nuevos modelos de organización territorial basados en metropolis policéntricas. En Planetizen presentan un caso que va en esta línea. En An Algorithmic Antidote To Sprawl explican la experiencia de la cámara de comercio del área metropolitana de Dallas, Greater Dallas Chamber of Commerce, que ha puesto en marcha un servicio de información geográfica pensado para la toma de decisiones empresariales. Así, integran información de censos diversos (por ejemplo la localización espacial de 110 tipos de profesionales) con información cartográfica de todo tipo (imágenes aéreas, infraestructuras, …). Mediante una serie de algoritmos el sistema permite estimar tiempos de desplazamiento que, con los problemas de congestión de tráfico que afectan a Dallas, son un elemento fundamental a la hora de tomar decisiones empresariales. Como proponen en Planetizen, los usos de este tipo de herramientas no se restringen ni mucho menos a las decisiones empresariales. Sus usos por parte de la administración pública son evidentes (por ejemplo: usos del suelo, diseño de infraestructuras…), pero también lo serían para los ciudadanos en su vida profesional y personal.

El caso de la cámara de comercio de Dallas no representa una gran innovación tecnológica. Los sistemas de información geográfica (SIG) se han convertido ya en herramientas esenciales para todos aquellos que toman decisiones “en el espacio”, y al tiempo su uso ya no son coto de especialistas gracias a servicios como Google Earth. Pero si representa un cambio estratégico importante al entender su nuevo papel como “institución territorial” de modo que está proporcionando herramientas para que el área metropolitana de Dallas pueda empezar a actuar con una estrategia colaborativa y coordinada y no en base a enfrentamientos locales. De este modo tanto empresas como ciudadanos pueden ser, por razones puramente económicas, mucho más eficientes en su uso de los recursos. El resultado final, que surgiría de un modo aparentemente espontáneo, sería una posiblemente una mayor sostenibilidad ambiental.

Pero el caso de Dallas ilustra la necesidad de que los “datos públicos” (en el sentido de que hayan sido generados con financiación pública) sean realmente públicos (accesibles a los ciudadanos). Lo único que ha hecho la Cámara de Comercio es un poco de bricolaje para integrar bases de datos diversas proponiendo utilidades a sus usuarios y hacer efectiva la idea de que, aunque sea contraintuitivo, los datos son más importantes que el conocimiento.

España está aún muy lejos de afrontar estas cuestiones. Como explica Luis Rull en Evaluación de políticas públicas y datos abiertos: una combinación explosiva, existe un modelo alternativo a los actuales (bastante ineficientes todos ellos) de control de los ciudadanos sobre las políticas públicas: ‘abrir los datos y dejar que los ciudadanos podamos ver cómo funciona “la administración de las cosas comunes”’. Pero sorprendentemente “ningún estatuto autonómico de los creados en los últimos años se recoge como derecho ciudadano (como obligación de la administración, garantizada efectivamente en leyes de alto rango) la apertura de los documento públicos”. Trasladando esta situación a la cuestión urbana, por ejemplo la ausencia de acceso a datos públicos impide evaluar hasta que punto el caso del “urbanismo salvaje” en España es una realidad o mero uso medático de información privilegiada susceptible de ser distorsionada sin que el ciudadano pueda valorarlo.

Alfredo Romeo, propone la aplicación de la iniciativa nacida en Noviembre de 2007 en California, donde un grupo de 30 líderes sociales definieron ocho principios que tienen que cumplir los datos públicos que mantienen las administraciones públicas. Estos serían los Principios para datos públicos gubernamentales:

  • Datos completos
  • Datos primarios
  • Datos en tiempo
  • Datos accesibles
  • Datos para ser interpretados por máquinas
  • Datos que no discriminen
  • Datos en formatos libres
  • Datos sin ningún tipo de licencia alrededor de los mismos

Estos principios nunca formarán parte de un titular en los medios ni son lo suficientemente sexys como para entrar en un programa electoral, pero son claves para el futuro. Los datos abiertos pueden ser aburridos pero son importantes, como proponía John Wilbanks, Director de Science Commons, en su blog en Nature Network (Open Access Data: Boring, but Important). Wilbanks se refería específicamente a los datos científicos, pero su análisis se puede trasladar al ámbito de lo urbano y de la gestión y toma de deciones. Como indica Alfredo Romeo: “Si las ciudades entienden esto, podrán capitalizar la información para incrementar las posibilidades de generación de riqueza en función del análisis de todos estos datos. Es simplemente una cuestión de visión de la importancia de este tipo de políticas a llevar a cabo por nuestros dirigentes públicos”. Y si en las ciudades estas cuestiones tienen radical importancia, ésta es aún mayor para las nuevas realidades territoriales, por mucho que estas nuevas metrópolis policéntricas carezcan aún de nombre.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.