La preocupación por la sostenibilidad se asoció originalmente a la preocupación por nuestro impacto como especie en los sistemas ecológicos y sociales que soportan nuestra propia vida. En el caso de la pesca el paradigma dominante dentro del que hemos trabajado ha sido el del riesgo de sobre-explotación y deterioro de las funciones de los ecosistemas marinos. Los biólogos pesqueros, los ecólogos marinos, las instituciones públicas de gestión ambiental, los organismos internacionales y numerosas organizaciones no gubernamentales han trabajado dentro de este marco y la mayor parte de sus esfuerzos se han dedicado a la conservación y recuperación de stocks y ecosistemas. A o largo del tiempo se han obtenido evidencias del impacto humano y se han desarrollado herramientas para reducir el esfuerzo de pesca.
No siempre fue así y hubo un tiempo en que la pesca era una oportunidad para obtener alimentos y desarrollo económico. En esos tiempos algunas de esas instituciones y sus expertos ponían su foco en descubrir recursos abundantes, desarrollar tecnologías de extracción y capacitar a las personas para que pudiesen pescar. Pero este tiempo pasó, ya casi no lo recordamos y ahora vivimos otra urgencia que nos parece atemporal porque nos asentamos en sistemas de conocimiento adaptados a los contextos que hemos vivido en nuestra historia reciente.
He podido visitar las Islas Galápagos en dos ocasiones separadas por 8 años, en 2006 y en 2014. En la primera ocasión iniciando un proyecto con la Fundación Charles Darwin tuve la oportunidad de conocer las historias de sobre-explotación y los conflictos entre pescadores, instituciones y conservacionistas que se habían producido en la década anterior y seguían siendo en ese momento el principal problema para la gestión marina en el Parque Nacional (que ocupa un 97% de la superficie total de las islas, excluidas las habitadas de Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela, Floreana y Baltra). En 2014 he tenido la oportunidad de conocer a gestores y pescadores que me han narrado una historia muy distinta. La pesca ha dejado de ser un problema clave y sus presiones y oportunidades económicas se han trasladado al turismo.
Hasta la década de 1990 los recursos marinos de las Islas Galápagos habían estado escasamente explotados debido a la escasa demanda de una pequeña población local y la imposibilidad de la exportación. Sin embargo en esa década, la pesca artesanal se convierte en una oportunidad económica para pescadores locales e inmigrantes. El descubrimiento del mercado asiático del pepino de mar provocó una carrera por su extracción que acabó con su colapso después de unos pocos años de beneficios muy elevados. A este colapso siguió la sobre-explotación de otros recursos costeros y un continuo de conflictos provocados por tres factores: pescadores que mantenían unas expectativas de ingresos en correspondencia con lo que habían vivido en los años de bonanza; instituciones gubernamentales presionadas por la necesidad de reducir el esfuerzo pesquero; y organizaciones conservacionistas que colocaban como prioridad única la conservación de un lugar emblemático para la biodiversidad mundial.
Esta situación conflictiva ha evolucionado en los últimos 8 años. Finalmente las regulaciones gubernamentales han surtido efecto. Se ha logrado controlar de modo efectivo el esfuerzo de pesca, eliminar artes de alto impacto y evitar la pesca en áreas especialmente sensibles. Del mismo modo se han establecido sistemas de co-manejo en que los pescadores participan con las instituciones públicas en la toma de decisiones. Como consecuencia existen evidencias de la recuperación de los stocks explotados y de que la salud del ecosistema marino se ha estabilizado. Las nuevas oportunidades económicas procedentes del turismo han venido en ayuda de estas políticas pesqueras. Es difícil discernir qué es causa y consecuencia pero en cualquier caso, es innegable que este foco en la gestión biológica junto con la evolución de la economía de las islas ha tenido efectos sociales drásticos en las comunidades de pescadores.
La última década ha vivido un crecimiento rápido del turismo. En estos momentos las islas tienen una población residente de unas 27,000 personas y las visitan cada año unos 200,000 turistas (un número no demasiado elevado si lo comparamos con otros lugares turísticos pero sí cuando tenemos en cuenta la fragilidad del entorno). En estos años la población de pescadores casi no ha tenido nuevas incorporaciones, por las restricciones existentes, y ha envejecido sin que exista una renovación generacional (especialmente importante porque parte de la explotación la hacen buceadores con una vida profesional corta). Pero además aproximadamente la mitad de los 1,000 pescadores que podían estar activos en 2006 han transformado su actividad profesional hacia el turismo.
Estos antiguos pescadores son hoy operadores turísticos (empresarios y trabajadores) que organizan visitas, excursiones de buceo o salidas de pesca deportiva. Algunos de ellos intentaron un modelo denominado “pesca vivencial” que pretendía combinar la pesca profesional con el embarque de turistas que vivían una jornada de pesca en el mar. Este modelo, del mismo modo que está sucediendo en otros lugares del mundo, ha tenido un recorrido limitado. Si los beneficios de los turistas son escasos no compensan el cambio de comportamiento (y la reducción de capturas) que supone tenerlos a bordo. Si los beneficios son muy elevados el pescador acaba entendiendo que la mejor opción es abandonar la pesca comercial y dedicarse a lo que le proporciona mayores beneficios.
Hoy en día en Galápagos la pesca ha dejado de ser la principal preocupación ambiental e incluso podría decirse que ha dejado de ser una preocupación a excepción de problemas puntuales. ¿Cuáles son los nuevos problemas? Quizás el principal por su componente utilitario es que la reducción de pescadores ha hecho que la capturas de especies muy apreciadas en la gastronomía local se hayan reducido drásticamente. Es fácil abastecerse de productos procedentes de la pesca industrial (como el atún) pero ya no, al menos en algunas islas, de especies capturadas por la pesca artesanal. Un problema más sutil pero quizás igual de relevante puede ser que con la desaparición de la pesca desaparece en gran medida un colectivo de expertos que disponían de un conocimiento ecológico local. En el futuro los operadores turísticos, que muy probablemente ya no serán pescadores reconvertidos, generarán otro tipo de conocimiento, pero no será equivalente al que se asocia con la pesca.
Es una cuestión política y cultural si el desabastecimiento de productos locales debe considerarse o no un problema. Sin embargo es indudable que el tipo de turismo que se desea potenciar en las islas aprecia la gastronomía y la producción local de alimentos, y que en general la huella ambiental se reduce cuando los alimentos se extraen localmente. La especie humana demanda modelos productivos para satisfacer sus necesidades y éste es un claro ejemplo que contradice la hipótesis de que aprendiendo a cuidar lo pequeño, lo grande permanecerá a salvo.
Puede que Galápagos sea uno de los primeros casos de un tercer escenario en la historia de las pesquerías y de la gobernanza de los océanos. Y en este futuro el reto será desarrollar estrategias para recuperar la pesca de pequeña escala. Pero no es claro si serán ya las mismas comunidades y los mismos arquetipos de pescadores los que entrarán en juego. Además probablemente estos nuevos pescadores y sus organizaciones reclamen otros modelos de gestión que les proporcione un mayor control individual o colectivo en la toma de decisiones. El reto estará en cómo gobernar la transición a este nuevo escenario y generar sistemas de explotación que no reincidan en la sobrepesca. Por el camino los científicos, gestores y expertos y sus instituciones deberán aprender a trabajar en un contexto radicalmente diferente. Son estas nuevas preguntas las que marcarán un camino en construcción.
Llevo años pensando que este escenario llegaría algún día a nivel global, más por el abandono de los pescadores actuales causado por la incertidumbre que supone la sobrepesca y ausencia de una gestión eficaz que por los éxitos de los gobiernos en la sostenibilidad de los recursos. Puede ser que Galápagos sea uno de los primeros lugares donde podamos experimentar ese futuro en el que el objetivo de la sostenibilidad signifique retos diferentes a los actuales.