La innovación social, como concepto, se ha popularizado a remolque del crecimiento en el mundo empresarial de la importancia de la innovación. En su fase inicial la innovación empresarial se concibió siempre como innovación tecnológica y como parte de un proceso lineal y ordenado, conocido con I+D+i, donde tras un proceso de investigación básica se da el desarrollo de una solución técnica que finalmente se convierte en una innovación cuando se impacta a la sociedad al ser comercializada. La innovación social venía a reclamar la existencia de procesos de innovación que no tenían un objetivo comercial, al menos principal, y que buscaban sobre todo el impacto social (o sea la resolución de problemas que afectan a personas y colectivos).
Esta visión de la innovación social tuvo la virtud de reconocer formas de innovación que hasta ese momento eran invisibles dado que no generaban rentabilidad económica directa. Sin embargo, siguió manteniendo un marco de actuación lineal y en el que son los expertos los que buscan soluciones para los afectados. Este enfoque ha recibido recientemente la denominación de solucionismo tecnológico referido en concreto a las prácticas propias de los entornos de élite tecnológica y empresarial, y en particular a su máximo exponente Silicon Valley, que desarrollan soluciones generales y genéricas que imaginan que pueden resolver problemas sociales globales de una forma sencilla y meramente tecnológica. Esta exacerbación de la ingenuidad tecnológica entiende el mundo poblado de problemas agudos y sencillos que admiten soluciones técnicas pero a su vez su propia acción va generando nuevos problemas derivados. Pero este “solucionismo” no es nuevo ni patrimonio del mundo de la tecnología, el mundo de la cooperación internacional ha estado asentado sobre el modelo “do-good” en que las soluciones “occidentales” se implementan en los países en desarrollo sin atención a la comprensión de lo local y la participación activa de las comunidades de afectados. Pero esta forma de actuación no solo sucede en la cooperación internacional, algo similar puede observarse en todas las escalas geopolíticas, incluso cuando analizamos la actitud de nuestros “centros de innovación”, aquellos que se sitúan en el mundo desarrollado (como universidades, centros tecnológicos etc), respecto a los problemas de la sociedad de la que forman parte.
En paralelo, las corporaciones han desarrollado su propio enfoque social, que han denominado Responsabilidad Social Corporativa, y que sigue los mismos criterios que la innovación social tradicional además de desconectar por completo los objetivos de negocio con los sociales de la organización, lo cual ha sido el caldo de cultivo de incoherencias constantes y una forma de preservar un status quo más que trabajar por la transformación social.
Frente a este concepto de innovación social, se sitúa con fuerza creciente la innovación ciudadana o cívica. No se trata de un simple cambio de etiqueta sino de un enfoque diferente para la generación de innovación con impacto social.
Por una parte, mientras la innovación social se sitúa en los márgenes de la innovación principal (empresarial o comercial), la innovación ciudadana reconoce que innovar es una parte de nuestra idiosincrasia humana y por tanto toda la ciudadanía puede y debe estar implicada. Y dentro de este marco de una sociedad innovadora una parte se realiza con un objetivo empresarial, pero la mayor parte de la innovación no se organiza por razones comerciales (ni por eso mismo es registrada en la mayor parte de métricas convencionales).
Por otra parte la innovación ciudadana opera de otro modo y cuenta con dos ingredientes básicos:
- Frente al solucionismo basado en enfoques genéricas y en colocar a la tecnología y algoritmos en en el centro de las cadenas de valor, la innovación ciudadana desarrolla enfoques locales o situados que diversifican la innovación al adaptarla a las condiciones locales y colocan a las personas en el centro de las cadenas de valor.
- Frente al enfoque basado, casi en exclusiva, en expertos disciplinares, la innovación ciudadana trabaja con enfoques inclusivos en que los afectados trabajan de forma activa con expertos de diversas disciplinas (lo que ha venido a llamarse el enfoque “indisciplinar”) en la producción de soluciones. Por tanto, mientras la innovación convencional utiliza métodos de diagnóstico basados en expertos para la comprensión de los problemas que aborda, la innovación ciudadana desarrolla mecanismos de escucha basada en la inmersión y participación activa.
En síntesis la innovación ciudadana entiende la innovación como un proceso colectivo que forma parte de la propia naturaleza humana y que se asienta sobre la capacidad de escucha y sobre lo indisciplinar y que actúa siempre de modo situado. Esta innovación es la que puede abordar los problemas crónicos de una forma orgánica. Por tanto la innovación ciudadana no es algo susceptible de ser planificado ni forzado pero si existen mecanismos que pueden impulsarla por medio de su visibilización, de la toma de conciencia de las personas y de la creación de infraestructuras a su servicio.
Este post es la continuación de La crisis de las políticas públicas tradicionales y ambos introducen a los laboratorios ciudadanos que abordaré en futuros textos. Este texto fue parte de mi aportación al proyecto CO-LAB, Laboratorio de Innovación Ciudadana del Concello de A Coruña y como el anterior está basado en las aportaciones de Marcos García y Antonio Lafuente.
En el blog de la iniciativa de Innovación Ciudadana de a Secretaría General Iberoamericana se ha publicado este texto en español, portugués e inglés.
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