En el primer kilómetro

En el primer kilómetro, en ocasiones incluso en el segundo, el cuerpo te pide abandonar, todo va mal. La sensación de cansancio te invade. Pero nada duele de manera especial. En realidad es el cerebro el que te empuja a parar, te exige regresar a algún lugar más cómodo donde dejar pasar la vida de forma apacible.

Hasta el kilómetro cinco, la rodilla izquierda concentra todo el dolor, a veces insoportable, a veces una ligera molestia. Una luxación de rótula de hace ya muchos años y una caída de hace pocos meses, que de nuevo frenó esa rodilla, tienen la culpa. En realidad, siempre existirá alguna parte del cuerpo con más derecho que el resto a reclamar que frenes, que lo dejes ya. Pero aún no se han cumplido ni treinta minutos, demasiado pronto para desistir.

Entre los kilómetros cinco y diez sucede algo sorprendente. Las piernas parecen flotar, mientras la espalda, los costados y los brazos pesan como losas. Desearías que las piernas pudieran liberarse del resto del cuerpo. A veces la respiración pierde su ritmo y todo parece ir mal. Cualquier mal paso, un pequeño desnivel, un frenazo obligado … te destrozan y sientes que serás incapaz de comenzar de nuevo.

A partir del kilómetro diez y hasta el quince todo desaparece. El cuerpo está silencioso. Los ojos no se levantan de los cinco metros siguientes de suelo, esquivas a la gente sin que tu consciencia parezca actuar. La música penetra en lo más profundo del cerebro.

A partir del kilómetro quince llega el verdadero cansancio. Todo el cuerpo parece agotado, desde los pies hasta el cuello reclaman que pares. El cerebro pide continuar. Sin embargo, el cuerpo, ahora si, se ha vaciado por completo y te obliga a parar.

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