Algunas ciudades me producen ansiedad. La ansiedad del deseo. La ansiedad del saber que la vida es limitada y nunca será posible vivir todo lo que uno desearía. Son historias de amor apenas iniciadas, a veces solo imaginadas, amores que nunca estallarán pero quizás tampoco acabarán. De algunas ciudades solo puedo intuir que podría llegar a desearlas, como Estambul, Singapur o El Cairo. En otras soy ya consciente de ese amor, probablemente imposible, como Sao Paulo o Lisboa. Algunas son bellas, otras no. Algunas son confortables, otras brutales. Son ciudades especiales por como yo las he vivido mientras las habitaba, aunque fuese brevemente, y cuando las imaginaba.
La ansiedad es la patología del exceso, la consciencia de que cada amor necesita de tiempo para cultivarse y llegar a ser pleno, incluso para que evolucione y se acabe. Pero la vida es limitada y las ciudades existen en un espacio y un tiempo que no puedes compartir entre ellas. Y esas ciudades son como las personas que pasan por tu vida y no puedes amar. Aquellas con las que imaginas que serías, aunque solo fuese brevemente, feliz. Como con las ciudades, a veces solo lo intuyes porque pasan fugazmente por tu vida. Otras van y vienen, de algún modo están ahí pero al tiempo son inalcanzables, como esa ciudad a la que regresas cada cierto tiempo pero siempre de paso.
Fui consciente hace poco que sufría esta ansiedad que llevaba ya conmigo muchos años. Lo sentí como un problema. Pero alguien me hizo pensar que de algún modo es necesaria, porque si fuese posible evitarla y, en un ejercicio imposible, vivir todos los deseos la consecuencia sería la adicción.