El viaje no había sido fácil. Casi un día completo subiendo y bajando de aviones, comiendo casi compulsivamente la comida que le ofrecen en el vuelo. La mente bloqueada después de hojear un par de revistas e intentar, de nuevo sin éxito, leer alguno de los libros que siempre viajan en el equipaje de mano. Por alguna extraña razón, la timidez que le había acompañado toda su juventud resurgía a los minutos de sentarse en un avión. Era incapaz de mantener un dialogo mínimo con su compañero de asiento. Le relajaba pensar que era el ruido de la cabina, la dificultad de hablar en otros idiomas … Pero no era mas que una mentira que le permitía no tener que reconocer que de algún modo la timidez que le había atormentado tanto tiempo seguía ahí, a la espera, y que en cualquier comento podría explotar de nuevo y volver condicionar su vida.
Habían sido mas de doce horas de comida, sueño incomodo y música incrustada directamente en su cerebro desde los auriculares. Solo la música seguía ahí cuando pasó el control de pasaportes, cuando esperó casi una hora por su maleta o cuando buscó como llegar a su hotel desde ese aeropuerto que parecía situado fuera del mundo habitado.
Le gustaban los taxis, sentirse solo durante un largo rato, dejarse llevar confiado en el conductor (lo cual a veces se convertía en una pésima idea), transitar por paisajes extraños, cruzar suburbios y polígonos industriales. En esta ocasión fue casi una hora de viaje y el conductor solo había intentado entablar conversación en una ocasión. Había desistido rápidamente para dejar que la música de la radio lo aislase de su cliente.
El hotel era cómodo y confortable. Diseño moderno y funcional, grandes espacios. Todo en el ambiente y el personal era amable. Daba igual la ciudad, nada diferenciaba ese hotel de otros muchos en cualquier otro lugar del mundo. Pero, al fin y al cabo, es agradable la familiaridad que hace que no tengas que estar alerta.
[proyecto K; A1]