España y la cultura «Wallpaper*» subvencionada

El debate sobre la necesidad de la acción política para promover "la cultura" y el papel de las subvenciones está bastante vivo en España, En los últimos tiempos es frecuente escuchar a políticos "subvencionadores" y agentes culturales "subvencionados" defender este tipo de políticas por el efecto económico multiplicador que presentan (y a otros agentes, culturales o no, pedir un redireccionamiento de los fondos públicos hacia sus sectores). No es extraño que el debate resurja con fuerza con cada cambio de gobierno y con la publicación periódica de indicadores de todo tipo que no dejan en muy buen lugar la eficacia de la mayoría de acciones.

Convendría ir un poco más allá y preguntarse a quién benefician estas políticas. Sobre todo por que una segunda línea de defensa justifica las subvenciones como una forma de asegurar que exista una producción cultural que pueda llegar a la mayor parte de la población y no solo a las elites, normalmente identificadas con los sectores más privilegiados por su capacidad económica. Por supuesto los productos culturales son enormemente diversos y se destinan a públicos de todo tipo; de hecho buena parte de este debate se genera alrededor del cine y posiblemente sea éste uno de los sectores culturales más populares. Pero las mismas políticas se aplican en muchas ciudades españolas para producciones culturales más elitistas y por tanto minoritarias. Palacios de la Opera, Teatros o Ballets Nacionales, Museos de Arte Contemporáneo, … justifican su existencia con visitas que en buena medida realizan las elites locales y los turistas.

No pretendo aquí discutir si las subvenciones son o no necesarias o apropiadas ni si su oportunidad debe relacionarse con la cantidad de público. Pero si debería al menos tenerse en cuenta el perfil de usuario para evitar perversidades políticamente correctas como las que creo suceden en muchas de nuestras ciudades medias y pequeñas. ¿Quiénes forman parte de esas elites locales?

No existe ciudad en España, casi independientemente de su tamaño, que no desee parecerse a las ciudades globales que, como explica Saskia Sassen, son las grandes megalópolis como Nueva York, Tokio o Londres donde habita una clase alta global cosmopolita y nómada. Estos son los públicos, además de los turistas, que permiten en esas ciudades ciertas producciones y ofertas culturales. Por supuesto, son los grandes consumidores de productos de lujo, entre los que podríamos incluir una parte de la cultura que también consumen ávidamente; podríamos definirlos como la "clase Wallpaper*" por la revista que mejor explica sus exquisitos intereses y gustos que van desde la moda o el diseño a la arquitectura, la ópera o diferentes manifestaciones artísticas.

Es discutible si Madrid o Barcelona pertenecen a este selecto grupo de ciudades globales, mucho más si Valencia, Sevilla, Zaragoza o Bilbao pueden de algún modo incorporarse al vagón de cola de las urbes globales. O más bien, es discutible si las genuinas "clases Wallpaper*" españolas alcanzan la masa crítica necesaria para el mantenimiento de una "cultura de lujo" (que no de una cultura del lujo, algo que si está demostrado).

Pero si es seguro que en el resto de ciudades españolas, las ciudades intemedias, no existen, o son muy reducidas, estas clases altas verdaderamente globales. Esta elite es sustituida por una parte de las "clases altas" y "medias-altas" que tratan de vivir también, a su modo, una "cultura Wallpaper*" local basada en el consumo de productos culturales financiados por las instituciones públicas y para-públicas de todo tipo (como muchas fundaciones o cajas de ahorros). Los gestores culturales, trabajando bajo esas directrices políticas, prefieren adquirir productos de consumo cultural que les den una aparente legitimidad global, aunque estén totalmente desconectados de los intereses de sus vecinos y de la mayor parte de públicos potenciales, que trabajar en producciones más discretas y humildes pero con un verdadero potencial transformador en lo local, tanto cualitativa como cuantitativamente.

El acceso a la cultura es en estos casos un argumento falaz que esconde otros objetivos y donde se dan la mano los intereses políticos y los de esas pseudo-elites locales privilegiadas. Mientras, el debate continua alrededor de las "culturas nacionales", las descargas, la piratería y otras formas de desviar lo atención de lo realmente importante y de la incapacidad de gobernar en beneficio de la mayoría.

Un comentario

  1. Estimado Fran,
    llevo unas semanas siguiéndote, y es este comentario el que me anima a escribir.
    Estoy muy de acuerdo con el análisis que realizas, y como tú creo que desplazar el debate acerca del acceso a la cultura a disparar sobre la sgae, la piratería y demás equivale a no afrontar los verdaderos retos que se nos están planteando.
    No tengo muy claro el por qué desde instituciones o entidades privadas se financian esas «intervenciones culturales» que están destinadas en un principio a las elites-walpapper en ciudades intermedias, como la mía, si su público potencial es mínimo, y su impacto en la ciudad y sus habitantes tiende a cero… Imagina, te escribo desde la única ciudad española que tiene un consejero de «Grandes Eventos» y un alcalde con aires megalómanos que no para de idear exposiciones internacionales… Imagino que hay un tejido cultural que se nutre de estas subvenciones, multitud de artistas, escritores, realizadores, músicos, performers… que viven de ellas. Algo así como un «Siente a su mesa a un artista», donde los ricos de provincias (políticos, comisarios, técnicos culturales) apadrinan a estas estrellas porque hacen bonito en su mesa a la hora de comer. Como un centro de flores. Bendito Berlanga.
    La putada es que ahora no hay dinero público. Y veremos lo qué pasa. Quién sigue comiendo tres veces al día.

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