Conexiones emocionales en la ciudad

Hoy he llegado a Copenhague. Una ciudad que no conocía y en la que pasaré unos pocos días. Una ciudad amable, tranquila que te trata con suavidad. Nada es difícil, si tu intuición no falla en las pocas ocasiones en que alguna máquina no tiene opción en inglés. El aeropuerto, el tren, las calles, el tráfico … todo está bien ordenado y señalizado. Y cuando aún así tu capacidad de orientación te pone en aprietos, siempre aparece alguien extremadamente amable que te indica la dirección correcta.

Y a pesar de todo, algo extraño me sucede en esta ciudad. Algo similar a lo que siento en otras ciudades del norte de Europa. Puede que sea consecuencia de la lluvia, del gris del cielo y de los canales, o de una tarde de sábado con poca gente en la calle. Pero creo que esas circunstancias no son suficientes para explicar mi desconexión emocional con esta ciudad. Paseo por las calles, hablo con gente, visito tiendas o ceno en un restaurante y siempre siento un abismo con las personas que me rodean.

Alguien podría pensar que el problema es mi incapacidad para la empatía, pero creo que esta sea una explicación certera. Puede parecer paradójico, pero en otras ciudades siento inmediatamente una fuerte conexión emocional con sus habitantes, a pesar de ser para mi tan desconocidos como los de Copenhague. Y me sucede esto en ciudades complejas, difíciles para el visitante, donde nada es obvio y la vida fluye a una velocidad vertiginosa. Ciudades de Latinoamérica o de Africa que, en lugar de acariciarte y llevarte casi de la mano te golpean y zarandean desde el primer momento. Ciudades inseguras, donde desplazarse es una aventura, espacios urbanos enormes llenos de zonas grises que no puedes navegar utilizando ningún mapa. Y en este entorno aparentemente adverso me siento bien cuando observo, escucho o converso con sus habitantes.

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