Barcelona, entre la depresión y el activismo social

En ADN.es | Ciudades enredadas me he ocupado de una ciudad que me apasiona como es Barcelona, pero no tanto por la propia ciudad (camino de convertirse en un parque temático) como por su gente. En un primer post me pregunto si la evolución de la ciudad en los últimos años no ha provocado una cierta depresión colectiva que no hace más que acelerar el proceso de declive (Barcelona, ¿víctima de una depresión colectiva?). En el segundo post comento un caso que creo muestra que aún puede existir esperanza gracias a las numerosas iniciativas de activismo social que surgen en Barcelona por todas partes y que tratan de sacar a los ciudadanos de esa depresión y provocar su acción (59 euros de activismo social en Barcelona).

Barcelona, ¿víctima de una depresión colectiva?

Barcelona ha sido una ciudad de enorme éxito en las últimas décadas. La combinación de grandes eventos, políticas locales activas asociadas a una visión de futuro y una ciudadanía extraordinariamente involucrada con la ciudad han creado las condiciones para que esta ciudad acabe por situarse dentro de la liga de las grandes urbes mundiales y globales. A día de hoy Barcelona es una visitante habitual de los ránkings de ciudades (especialmente en aquellos más cool).

Pero el ya conocido “modelo  Barcelona” muestra algunos síntomas de agotamiento. El impacto social, económico y mediático de los sucesivos eventos ha ido decreciendo, y así mientras las Olimpiadas de 1992 fueron un enorme éxito, el Forum Universal de las Culturas de 2004 tuvo un impacto mucho más limitado y que, difícilmente, cubría las expectativas creadas. Además el éxito turístico ha sido espectacular y, parece, que está empezando a pasar factura. No es fácil combinar en un mismo entorno urbano un modelo de (casi) parque temático que se necesita cuando se gestiona un turismo masivo con otro modelo de ciudad vital y dinámica. En un caso, la ciudad es un escenario diseñado para actores externos; en el otro caso es la propia ciudadanía la que se convierte en protagonista de su entorno. Por supuesto existen otros muchos síntomas (como las recientes crisis provocadas por las infraestructuras o el agua) y matizaciones de la situación, y se pueden aducir diversas razones políticas que ayudan a explicar esta evolución de Barcelona.

Pero desde mi punto de vista, como observador externo pero frecuente de Barcelona y su ciudadanía, quizás el principal problema de esta ciudad sea la propia percepción que de ella tienen sus vecinos y muchos de sus responsables políticos. Existe una sensación de depresión colectiva que, en mi opinión, dibuja una situación peor a la real, por preocupante que esta sea, y que puede en si misma estar retroalimentando esa crisis. No se trata solo de un caso de profecía auto-cumplida, pero si tiene en parte estas características.

Pensemos que, a pesar de todo, Barcelona sigue estando situada en los ránkings globales lo cual, a pesar de todas las críticas que podamos hacerles, significa que está bien posicionada en el circuito global de grandes ciudades. Por tanto cuenta con una imagen positiva que atrae no solo a turistas si no también a numerosos profesionales de alta cualificación que trabajan en los sectores más innovadores y que tienen a Barcelona como uno de sus destinos potenciales preferidos. Pero el estado de depresión colectiva puede provocar un ensimismamiento en los problemas en lugar de utilizar las fortalezas que siguen existiendo en Barcelona para reinventar su ciudad.

El catedrático de Política Económica Antón Costas entraba de lleno en el problema de la crisis barcelonesa el pasado 13 de Abril en El País contestando a la pregunta ¿Qué le pasa a Barcelona?:

… a Barcelona le han perjudicado las falsas ideas de la izquierda socialista y verde sobre el crecimiento, las infraestructuras y el medio ambiente. La creencia de que se puede mejorar el bienestar y el crecimiento sin impactar en el medio ambiente. Que para asegurar las necesidades de Barcelona no hacían falta nuevas infraestructuras, sino que bastaba con mejorar la eficiencia en el uso del agua, la electricidad, o la movilidad. Este pensamiento posiblemente estuvo influido por la perdida de impulso y de población que sufrió Barcelona en los ochenta. Pero cuando volvió el crecimiento y la población volvió a aumentar, esas falsas ideas bloquearon la acción.

…Pero para gestionar con visión de futuro la crisis actual de Barcelona se necesitan, al menos, dos cosas adicionales.

En primer lugar, instrumentos de planificación, coordinación y negociación entre todas las partes, como fue en su momento la Corporación Metropolitana. Esos instrumentos pueden contribuir a crear una nueva cultura y un nuevo tipo de proceso de decisiones en materia de infraestructuras y medio ambiente. Después de varias décadas de democracia no hemos cambiado en España el modelo de la dictadura: enviar, por las buenas, a técnicos y máquinas, acompañados de una pareja de la Guardia Civil para disuadir a los resistentes. Este modelo no funciona en sociedades libres, democráticas, que practican el NIMBY (sí a las infraestructuras, pero not in my back yard!, en mi patio trasero!). Una sociedad participativa y compleja exige procesos deliberativos que ofrezcan buena información sobre las diferentes alternativas y sus costes, y que oiga todas las voces e intereses.

En segundo lugar, se necesita un sólido liderazgo político local. Barcelona logró romper sus corsés y dar un salto adelante coincidiendo con fuertes liderazgos políticos. Fue el caso del alcalde Porcioles en la etapa de la dictadura y de Pascual Maragall en la democrática. Un liderazgo que contribuya a convencer a todos los catalanes de que lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña

El arquitecto Andrés Martínez se pregunta en su blog lo mismo que Antón Costas:

Suscribo cada una de sus razones, y sólo le critico que acabe siendo demasiado benévolo con la política municipal y su búsqueda imposible de una ciudad-marca (como si las ciudades pudieran reducirse a eso); pero… cómo explicarlo, este sitio es seductor hasta en su decadencia, hasta en el colapso, en la incertidubre (y eso bien lo sabe Woody Allen) …

Ambos inciden en la necesidad de un cambio estratégico en la política local. Pero tanto políticos como ciudadanos parecen víctimas de esa depresión que les impide depertar de un sueño que está camino de convertirse en pesadilla. Turismo masivo y ciudad marca atraen visitas y actividad económica, pero necesariamente arrastran un coste. Posiblemente Barcelona no sea suficientemente grande como para poder ser, al tiempo, parque temático turístico y ciudad innovadora y creativa. Puede que esa posibilidad esté reservada a lugares como Londres o Nueva York. Pero en todo caso es bastante claro que se necesitan otras políticas y actitudes para tratar de lograr ambos objetivos o, al menos, para detectar su imposibilidad y tomar las decisiones necesarias. En cualquier caso, la gran fortaleza de Barcelona sigue siendo su sociedad civil capaz de organizarse con o al margen de las instituciones y responder de una forma crítica, activa y constructiva. Del mismo modo, el mayor peligro es que este espíritu acabe siendo víctima de la depresión colectiva. En el próximo post comentaré un caso, pequeño y discreto, que demuestra como este activismo social sigue vivo en Barcelona. Esta actitud ciudadana surge por todas partes y supone un reto para la política que no sabe adaptarse a los cambios que suceden en la ciudad.

59 euros de activismo social en Barcelona

En el anterior post nos preguntábamos si Barcelona está siendo víctima de una depresión colectiva. Si es así, la participación y el activismo social que han caracterizado la historia reciente de esta ciudad puede ser la mejor fuerza de cambio. Pero puede que el ensimismamiento colectivo esté afectando a la capacidad de respuesta de la sociedad civil. En todo caso, ejemplos como el que traigo aquí, pequeños y discretos, nos indican que el activismo sigue vivo y activo y surgiendo por doquier en Barcelona.

Uno de los proyectos más exitosos en la historia reciente de Barcelona ha sido la implantación de un sistema de transporte público basado en el alquiler de bicicletas (el famoso bicing que se ha extendido a muchas ciudades españolas). Pero, como comentábamos en el post anterior, se puede morir de éxito. El uso masivo de bicicletas y la afluencia constante de turistas y visitantes, junto con la elevada densidad poblacional, provoca problemas de congestión que en otros lugares parecen un problema exclusivo del tráfico motorizado. Parece que hay “demasiados” peatones y ciclistas. El ayuntamiento, abrumado por este nuevo problema, decidió solucionarlo mediante “medidas disciplinarias” y así reguló el comportamiento de aquellos que no utilizan motores para su movilidad aplicándoles normativas más propias del tráfico rodado. Así, nació por ejemplo la nueva normativa de circulación para ciclistas, que tal como recoge la noticia publicada en Noviembre de 2006 por el Ayuntamiento de Barcelona incluye sanciones que han sorprendido y alarmado por su cuantía:

Así, por ejemplo, una falta leve, como estacionar la bicicleta en un espacio prohibido, se podría sancionar con 450 euros de multa según la Ley de Seguridad Vial estatal. En casos extremos, o ante infracciones muy graves reiterativas, la cifra podría llegar a los 1.800 euros si la falta fuera muy grave.

Es sorprendente que el importe de las potenciales multas supere al precio de la mayor parte de bicicletas. Parecen medidas destinadas a que el infractor abandone su bicicleta en el depósito municipal. Este exceso de regulaciones y de cuantía de las multas han provocado reacciones de protesta entre la población. Una de estas acciones de protesta podría tomarse como ejemplo de como la sociedad civil puede reaccionar de una forma sarcástica y provocadora a los reflejos que traslucen cierto autoritaritarismo de los responsables locales y/o una falta de ideas para la resolución de los problemas cotidianos. Gracias a Antoni Gutiérrez-Rubí, siempre atento a lo que él llama artivismo (al arte como forma de activismo social), he descubierto la acción 59 , “Proyecto de intervención urbana contra la ordenanza de circulación”, que en pocos meses de vida y con “solo” 21 intervenciones ha logrado ya aparecer en los medios de comunicación (por ejemplo en las noticias de la Sexta). Su plataforma es un sencillo blog y en su introducción explican su estrategia y objetivos:

Cincuentaynueve es un proyecto de intervención urbana que nace como respuesta crititiva (crítica + creativa) a los hechos que se están produciendo en la ciudad de Barcelona, L´Ajuntament modificó a principios del año 2007 la Ordenanza de Circulación de peatones y vehículos, y entre estas modificaciones está la prohibición de aparcar las bicicletas en el mobiliario urbano: semáforos, farolas, bancos, papeleras y árboles bajo pena de multa de 450 euros.

Esto ha provocado que durante más de 1 año en vigor, se hayan retirado numerosas bicicletas sin aviso ni sanciones en algunos casos, cuando lo previsto era inmovilizar el vehículo para no dañar el candado que la aseguraba al mobiliario urbano.

Para compensar este endurecimiento de la ordenanza, se crearon más plazas de aparcamiento para bicicletas, pero siguieron siendo insuficientes para el grandisimo número de desplazamientos que se realizan por la ciudad con estos vehículos.

Por si esto fuera poco, y coincidiendo con la modificación de la ordenanza, se crea el nuevo transporte público de Barcelona; el “Bicing” se extiende por toda la ciudad en muy poco tiempo, un modelo de microglobalización trasladado al transporte que implica uniformidad y control. Como era de preveer, para el correcto funcionamiento del servicio e impulsar su “consumo” se crean numerosas estaciones de aparcamiento donde antes pudo haberlas para vehículos propios.

Cincuentaynueve € recibe el nombre por el coste de retirada de la bicicleta del depósito. 59 €, un gasto que he decidido extrapolar como proyecto artístico y realización personal. La idea consiste en gastar esta cifra en la compra de candados y cadenas, y “aparcar” objetos cotidianos, inútiles y estropeados, que dotan a los semáforos de una vida distinta, los visten de rareza, y ofrecen una lectura singular de la ciudad.

Además, el proyecto declara su vocación de código abierto, una forma inteligente de aunar esfuerzos (lo cual ya ha sucedido con algunas de las intervenciones):

59€ es una obra abierta a participación, entra en contacto con la iniciativa. Si tú tambien has sido víctima de la ordenanza y del falso civismo que desde el gobierno imponen, únete a la propuesta, manda un email y una foto de tu intervención y se publicará dentro del proyecto.

Este proyecto tiene la virtud de colocar en el debate público las virtudes y problemas del bicing (que, como si fuera parte de un guión escrito por sus detractores, ha fallado en estos últimos días coincidiendo con la Semana de la Bicicleta) y la necesidad y opotunidad de soluciones regulatorias para gestionar la convivencia en las calles. Pero sobre todo responde a un absurdo, como podría considerarse la imposición de multas de 450 euros, con intervenciones propias del teatro del absurdo, pero en este caso con un coste total de solo 59 euros. Estos son algunos ejemplos de intervenciones “absurdas” de denuncia de políticas “absurdas”:

Intervención #2 | Carrer Diputació/Carrer Roger de Flors

Intervención #6 | Carrer Constitució

Intervención #11 | Carrer Constitució

Intervención #16 | Gran Via de Les Corts Catalanes

 

6 comentarios

  1. Juan:
    Andaba yo preocupado por esta visión pesimista de Barcelona; leí el artículo de Costas, el post de Andrés y, a pesar de estar de acuerdo, me seguía faltando algo. Es claro que la Barcelona oficial ha apostado -desde hace años- por implantar su marca de ciudad en el mercado global de ciudades. La competencia de las metrópolis obliga a posicionarse con esos intangibles algo melífluos que han llevado a una cierta pereza urbana-institucional, también a algo de complacencia.
    Por eso me gusta que saques a la luz esa otra visión; hasta donde sé, creo que socialmente Barcelona, al menos en sus movimientos sociales, tiene una vitalidad importante. Distingo aquí la sociedad en general, que sí que creo que se ha contagiado de la falta de dinamismo institucional, de los movimientos y expresiones de intervención social porque creo que ahí sigue habiendo ideas nuevas.

  2. Gracias por el enlace y la cita, Juan.
    Comparto lo que dices (ya lo mencionaba el urbanista Fariña en un comentario a aquél post mío) de que la crisis es más de ánimo que de otra cosa; y que el poder asociacionista de los Barceloneses es siempre sorprendente (y la gran esperanza de la ciudad).
    Sobre el otro tema, qué decirte: no se puede incentivar y reprimir a la vez; si se quiere potenciar el transporte en bicicleta hay que ser ultra-tolerante con el tema de su aparcamiento, como por ejemplo pasa en Copenhague, donde miles de bicicletas aparecen atadas a cualquier soporte que puedas imaginar. Pero esta política de doble rasero es muy característica de este Ayuntamiento: sin ir más lejos, ¿porqué todas las aceras de esta ciudad están sembradas de motos aparcadas y a nadie se le ha ocurrido penalizarlo? Un abrazo fuerte y hasta otro momento 😉 Am (he visto por LPC que vienes a la Carpa Movistar, a ver si tengo ocasíon de asistir al acto)

  3. me atrevo a diagnosticarle una DEPRESIÓN SOLAR.
    ju

  4. La cantidad y variedad de movimientos sociales en Barcelona son una de las pocas cosas que hacen soportable la vida en la ciudad-marca. El de 59€ es un buen ejemplo, pero hay muchos más.

  5. Me fui de Barcelona hace 5 años. MKi estado de ánimo hacia la ciudad en aquella época era de «estar candado de». Todo el mundo decía que Barcelona estaba/era «guay», pero a mi me daba la impresión que «era guay» porque se lo iban repitiendo los unos a los otros. Cuando salí los extranjeros que me iba encontrando seguían en las misma: -«guau, from Barcelona… olalà!»; cuando a mi la ciudad, con su horario de cierres y sus normativas cada vez más prohibitiva, me hastiaba.
    Dentro de poco me voy a conceder otro más o menos largo periodo de tiempo en Barcelona (creo). En estos cinco años he dejado un poco de ser un adolescente, y ahora tengo claro que Barcelona me va a gustar. Pero porque no voy a esperar nada de ella. Porque el escenario es simplemente el escenario, y he decidido pasar al otro lado, ser parte activa; pasarse al activismo creo que es la clave, y Barcelona es un buen escenario.
    Muy buen artículo, sobretodo el principio, describiendo la que es y ha sido también mi ciudad.

  6. Muy interesante el post, Juan!.
    Anima ver a gente que se despierta ante los intentos de uniformización y control en nombre de no sé sabe bien qué.
    No puedo dejar de pensar en este post sin ponerlo en relación con las dos conferencias a las que asistí ayer en Can Fabra sobre «Ciudades Creativas» donde se comparaban experiencias de Miami y Sao Paulo. A nivel global hay un tremendo proceso de gentrificación y venta de imagen en muchos ciudades del mundo. Como ciudadano, o bien te aplanan y expulsan las iniciativas privadas (caso de Miami) o bien los «planificadores públicos».
    En Barcelona, tengo la impresión de que estamos en un esquema en que la iniciativa siempre ha sido pública, con un proceso de participación consensuada que empieza a resquebrajarse (la represión biciclera y los movimientos resistenciales que citas son sólo un ejemplo). Parece también que ahora las instituciones están con pocas ideas y siguen bastante por inercia lo que ya hacían o se animan a la copia no demasiado crítica de lo que se hace en otras partes.
    Ayer mismo en el mismo acto de Can Fabra se discutió el proyecto de las trece «fábricas de creatividad» planificadas para diversos barrios de BCN. Algo así como hacer aterrizar ovnis en el tejido ciudadano de cada barrio para activar las «industrias culturales» y los «creativos» sin que quede muy clara la conexión con las necesidades de los residentes del barrio (algo que me preocupa, y mucho, del Citilab en Cornellá). El resultado que podría darse es la renovación de la población del barrio en favor de unos «marcianos creativos» desconectados de la población original a la que, quizá, acaben echando fuera al crear nuevos estilos de vida, nuevas actividades económicas, etc. O proletarizándolos como «profesionales de servicios personales» para ellos mismos, los creativos. En suma, gentrificación. O quizá me he levantado muy pesimista, o barcelonés, esta mañana, véte tú a saber.
    Según Manuel Delgado (furibundo analista de Barcelona) el caso de BCN muestra como una administración cada vez más «despistada» está haciendo el trabajo que en otros lugares (Miami por ejemplo) realizan con plena visibilidad y desacomplejadamente los poderes privados. En lugares como Miami, al parecer, estos intereses no cuentan con el consenso que aquí se promueve vía “participación en planes estratégicos”. Allí parece que los intereses privados actúan bajo el fuego cruzado de otras iniciativas, tanto corporativas como ciudadanas. Los propios ciudadanos buscan aliados no sólo entre la administración sino también entre corporaciones con intereses opuestos a los de las empresas que promueven iniciativas lesivas para los barrios y los ciudadanos. A veces ganan los ciudadanos y, las más, pierden. Igual que en Barcelona, pero sin la excusa de que “como había consenso por participación” te tienes que aguantar. Ya sé que simplifico, pero creo que todo el proceso barcelonés resulta, cuando menos, curioso.
    A ver si trabajando en red con iniciativas más allá del testimonio, se puede hacer algo para crear espacios de crecimiento y futuro ciudadano entre la administración y las corporaciones.

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